Todos en nuestro interior tenemos un niño; es nuestro niño interior. Ese niñito vive sujeto a todas las experiencias de dolor o de amor que vivimos en nuestra niñez y que nos afecta en la vida adulta. De ahí la importancia de sanar nuestro nuestro niño interior.
Experiencias infantiles
Todas esas experiencias quedaron grabadas en el alma porque nosotros somos la extensión de nuestros padres, así como ellos de sus padres. Esto quiere decir que las memorias que creamos, fruto de la crianza que tuvimos, quedan en nosotros y cuando es nuestro momento de ser padres se las transmitimos a nuestros hijos.
Dentro de las experiencias que nos marcaron en nuestra infancia se pueden evidenciar muchas, por ejemplo:
- El primer día de colegio en el que me sentí abandonado porque mis padres no me explicaron nada; solo me dejaron en un sitio desconocido en el que me sentí solo, amenazado y con miedo.
- Las experiencias en las que mi padre, al verme jugar, me exigía y reclamaba porque no era responsable; me decía que sólo debía estar haciendo tareas y mi espíritu de niño no lo comprendía.
- Cuando mis padres me comparaban con mis hermanos porque ellos eran más juiciosos y más responsables o, por el contrario, me exigían más que a ellos.
- Las veces que me sentí sólo y abandonado y deseaba compartir tiempo con mis padres y nunca me lo dedicaban.
- Las veces que hacía cosas y me enjuiciaban mostrándome solo mis defectos para hacerme sentir culpable.
- Todas esas memorias quedaron grabadas en nuestro inconsciente y las cargamos hasta nuestra adultez. Es decir, traemos nuestro niño herido a cuestas; por eso, a veces no comprendemos por qué nos sentimos vacíos, tristes y solos. Esto sucede porque estamos relacionando alguna experiencia del presente con el pasado. En otras palabras, estamos re-estimulando las memorias de nuestra niñez. Por decir algo, al ingresar a la universidad o un trabajo nuevo, mi inconsciente re-estimula el primer día del colegio en el que me sentí solo y abandonado y puedo llegar a experimentar la misma sensación.
De ahí la importancia de empezar a darle todo el amor, la ternura, los mimos y la comprensión a tu niño interior. Él aún vive en ti y espera ser protegido, amado y escuchado porque él se quedó en ese pasado de dolor y no del presente.
Un ejercicio para sanar
Un ejercicio para sanar y liberar consiste en imaginar a tu niño interior y expresarle todo el amor, la comprensión y la protección que hubieras deseado tener de niño. Para esto, es importante que tengas un diálogo interno con él, que lo imagines en un lugar bello (mar, parque, naturaleza; no en el sitio que relacionas con el sufrimiento) y que le hables con mucho amor, que le digas que ya nunca va a sentirse solo y abandonado.
Para continuar con el ejercicio, debes traer tu niño interior al presente, imaginar que lo tomas de la mano y decirle que él no tiene culpa de nada y que tú, desde este momento, lo vas a proteger y a cuidar. Dile que es maravilloso, háblale como tú quieras desde tu corazón, abrázalo, dale besos y dile todo lo que te hubiera gustado que te dijeran tus padres cuando eras niño.
También le vas a decir que él es merecedor de todo lo más bonito de la vida, que él es amor, abundancia, paz, felicidad y que a partir de este momento le vas a cumplir sus deseos. Amalo porque es inmenso y él eres tú. Al liberarlo del miedo te liberas tú también.
Este ejercicio es recomendable que lo hagas todos los días, es un ejercicio de amor diario que él se lo merece y tú también.
Finalmente, te vas a brindar aquello que de niño quisiste y no te lo ofrecieron, por ejemplo, un paseo, esos zapatos que siempre anhelaste, el curso que tanto has esperado, comprear el perfume que te gusta. En fin, todos esos detalles que reprimiste y anhelabas de niño y de los cuales no te hicieron sentir de tenerlos.
La idea es trabajar en la energía del merecimiento, vivir una vida en coherencia con tu pensar, sentir y actuar y ser auténtico; permitir que salga el niño sano y feliz.
En la medida que trabajemos en nuestro interior para sanar nuestro niño, también lograremos nuestra sanación. De esta manera, podremos proyectar amor y no lastimaduras en los otros y en nuestros hijos. Tu fin es romper cadenas de dolor y construir felicidad.
Martha Lucina Hernández,
creadora de Pedagogía Sana
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