El tiempo con nuestros hijos es una de las preocupaciones que tenemos frente a la relación que establecemos con ellos y nos duele cuando ellos dicen “mis papás siempre están ocupados".
De verdad, en su mentalidad de niños, ellos no comprenden por qué en la vida automática que observan en sus padres no cuenta con un espacio exclusivo para ellos, en el día a día.
Cuando les pregunto cuál es el deseo más inmenso siempre sueltan expresiones como:
– Que mi papá juegue conmigo.
– Que mi mamá comparta conmigo.
El sentido del deber
Pero esta realidad es muy lejana para muchos niños, pues siempre el sentido del deber nos llamará constantemente porque si no tenemos algo por hacer, nos lo inventamos, creyendo que de esta manera estamos enseñando responsabilidad a nuestros hijos y que así nos estamos sintiendo útiles. Mientras tanto, ellos miran con tristeza y dolor el hecho de que no les dediquemos tiempo
Ese mismo sentido del deber, que constantemente estamos inventando en nuestro día a día, muestra una vida “robotizada”. Vivimos con la necesidad de estar haciendo algo; de lo contrario, nos sentimos inútiles. Así que inventamos oficios, por ejemplo, ante un espacio de ocio, preferimos dedicarle horas al aseo del automóvil, limpiar hasta el último rincón de la casa, volver a ordenar lo que ya está ordenado.
En el mismo sentido, inventamos trabajos y diligencias o quemamos nuestro tiempo frente a un televisor, a un celular o a un computador. Siempre, en el fondo, con la sensación y la necesidad de estar ocupados.
Consecuencias de nuestra falta de tiempo
Como consecuencia, no podemos conectarnos con el vacío tan inmenso que sienten nuestros hijos al ver que en nuestra “falta de tiempo” ellos se sienten solos y abandonados, lo cual genera tristeza y ansiedad.
Además, si compartimos tiempo con ellos, no resulta gratificante pues se convierte en un espacio de lecciones, cantaleta y consejos interminables.
Es posible que estemos convencidos de que les dedicamos mucho tiempo a nuestros hijos porque hacemos cosas con ellos como:
• Ir a mercar.
• Hacer visitas a amigos o familiares que a los niños no les interesa.
• Hacer tareas escolares con ellos.
• Adelantar las rutinas de oficios domésticos.
• Sentarse a la mesa a revisar los comportamientos del día y regañarlos.
Por eso, los niños buscan pretextos para aislarse en sus cuartos; saben que no cuentan con el tiempo de sus padres y en el fondo están deseosos de compartir momentos significativos (libres de cualquier presión de tiempo o espacio), por ejemplo:
• Jugar lo que ellos proponen (ser niños con los hijos).
• Escuchar sus gustos (música, artistas, cine, temas de interés).
• Escuchar sus sentimientos (sin juzgar).
• Ver los videos que les gusta.
• Ir a sitios propuestos por ellos.
La obsesión por el sentido del deber no nos ayudará en nada en la construcción de nuestro ser y la de nuestros hijos. Solo nos quitará el placer de vivir y, por supuesto, el placer de establecer un vínculo con ellos.
¿A caso ese deseo de perfección no va a devolver el tiempo y la oportunidad de escuchar nuestro corazón y el de nuestros hijos? Al fin y al cabo ese es el camino de la construcción de una vida con sentido. El compromiso que tengamos con nosotros mismos y con ellos marcará en su rostro una sonrisa eterna.
Martha Lucina Hernández
creadora de Pedagogía Sana
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